En cuanto a párvulos, no pude detenerme curso por curso, ya que mi escasa conciencia no me permitió guardar muchos recuerdos, excepto los que recordamos entre amigos, lo que consigue que no se olviden.
Primero de primaria.
Martín nos lideraba. Recuerdo vagamente estar en el primer piso, la primera puerta a la izquierda. Pero nada más. Quizá luego rememore algo, enredado entre los cursos adyacentes, con lo cuál no podría prometer que fuese de este apartado.
Segundo de primaria.
A las órdenes de Tina. Pelirroja, y con numerosas arrugas. Fue ascendiendo en el escalafón del poder, hasta llegar a las riendas del Cervantes, al puesto de directora. Pero eso fue mas adelante. En ese momento, siquiera consigo acordarme de nada. En absoluto.
Excepto, me acaba de venir, aquel capítulo en el que, en un mes caluroso -íbamos en manga corta, no recuerdo más- salíamos el grupo de amigos a las dos de la tarde del instituto, vadeando la pista, y adentrándonos en los inescrutados jardines, para ver como Carlos Carretero corría en dirección contraria a nosotros, con la cara estampada en el más absoluto pánico, corriendo como no habíamos visto correr a nadie. No pudimos encontrar explicación a esto en los tres escasos segundos que tardamos en ver, a veinte metros de él, a TODO el Cervantes, persiguiéndole, al grito de "¡A por él!".
No sé todavía el por qué de esto, pero lo que no nos riésemos en ese momento, justo después de unirnos al vorágine de chavales perseguidores, no lo haríamos nunca. Por lo menos, antes de llegar a la ESO.
Excepto, me acaba de venir, aquel capítulo en el que, en un mes caluroso -íbamos en manga corta, no recuerdo más- salíamos el grupo de amigos a las dos de la tarde del instituto, vadeando la pista, y adentrándonos en los inescrutados jardines, para ver como Carlos Carretero corría en dirección contraria a nosotros, con la cara estampada en el más absoluto pánico, corriendo como no habíamos visto correr a nadie. No pudimos encontrar explicación a esto en los tres escasos segundos que tardamos en ver, a veinte metros de él, a TODO el Cervantes, persiguiéndole, al grito de "¡A por él!".
No sé todavía el por qué de esto, pero lo que no nos riésemos en ese momento, justo después de unirnos al vorágine de chavales perseguidores, no lo haríamos nunca. Por lo menos, antes de llegar a la ESO.
Tercero y cuarto de primaria.
Doña Paqui.
Lo reconozco; estoy impaciente por empezar con el capítulo de Don Críspulo, y como en este par de cursos, la memoria me vuelve a fallar, voy a obviar su falta de acción, amigos y amores, ignorándolo y pasando al siguiente ciclo.
Quinto y sexto de primaria.
Don Críspulo, amo y señor. Había perdido el dominio del colegio, por la trapera Tina, aunque hay quien decía que era él el que todavía movía los hilos del complejo educativo, y todos los profesores sus meras marionetas -os regalo otro gag musical-.
Sesentero cumplido, taurino cultivado, escritor remunerado y profesor de la vieja escuela, llevó su afán de enseñanza hasta el punto de impartir conocimientos que vimos a finales de 3º de la ESO. Geografía, historia, química, biología y literatura; nada se escapaba a la arrugada mano de aquel carcamal.
Qué grande.
El primer día, entramos a clase ya no con respeto, sino con miedo. Eran muchas las falacias y tergiversaciones que las malas lenguas calumniaban sobre él. Leyendas urbanas que afirmaban que había levantado a un alumno por la oreja, y que a otro lo había clavado en el suelo de un "capón".
Evitando la demencia senil mediante matemáticas caseras, como eran las de ir sumando por la calle las matrículas de los coches, hizo de cada una de sus clases una aventura para cada uno de nosotros, dulces y pueriles cabroncetes.
Hasta el más malo de nuestra sexta -hábil e ingenioso juego de palabras, nada que ver con la dislexia, que me acabo de sacar del dobladillo escrotal- bajaba la cabeza ante el reflejo de sus gafas de media luna. Nadie osó siquiera levantarle la voz.
Nos animaba a emprender la aventura de la escritura; quizá fueron treinta los libros que, entre Carlos V. y el abajo firmante, con algún que otro colaborador esporádico, quien nos deleitaba con su paupérrima labia, hacía que, otro día, Don Críspulo -he de admitir que pensaba que el Don formaba parte de su nombre; de ahí la mayúscula obligada- antes de empezar a impartir materia, en la legendaria palestra, leyese el cuento de apenas dos hojas que habíamos escrito en la clase anterior, pasado a ordenador esa misma tarde.
Espoleaba nuestra vaga mente con cálculos mentales ligeros y dinámicos; quizá sea de ahí de donde viene mi afición por ellos.
Siempre que colaboraba en la radio local, que no fueron, ni serán pocas, las veces que esto pasó, nos contaba con todo lujo de detalles lo acontecido en la grabación y emisión del programa.
Incluso narraba cosas que nosotros no comprendíamos, como debates de tauromaquia conforme a las distintas provincias españolas, o nos hacía un pequeño resumen de las guerras que acontecían en el mundo, o yo que sé qué, no le entendíamos. Pero forzabamos nuestras mimadas seseras para intentar, en vano, seguirlo en su apoteósico discurso.
También tuvimos la suerte de ser el último curso al que impartió materia; con lo cual, se jubiló, tras sabrá Dios los años como profesor, cuando nosotros acabamos sexto. La placa bañada en plata que le compramos, no recuerdo con qué inscripción, por poco le hizo llorar.
Ya sé que estas cuatro lineas no son, ni mucho menos, el blog entero que este maestro se merece, pero vuelvo a acudir a la falta de memoria para excusar su acusada brevedad.
También tuvimos la suerte de ser el último curso al que impartió materia; con lo cual, se jubiló, tras sabrá Dios los años como profesor, cuando nosotros acabamos sexto. La placa bañada en plata que le compramos, no recuerdo con qué inscripción, por poco le hizo llorar.
Ya sé que estas cuatro lineas no son, ni mucho menos, el blog entero que este maestro se merece, pero vuelvo a acudir a la falta de memoria para excusar su acusada brevedad.
Actualización: para más info sobre el período callemercadista, haríais bien en leer a mi compadre;
No hay comentarios:
Publicar un comentario