sábado, 31 de marzo de 2012

Y me tiemblan los pies

Ella era morena, con un pelo tan negro y largo como inverosímilmente transparente; negros, grandes e increíblemente redondos, los ojos, que lo mismo podían ser claras ventanas por donde se vislumbraba su alma luminosa, que dolorosas aspilleras por las que aseteaba amor, ira o tristeza.

Tenía una piel a prueba de adjetivos; no era morena de verde luna, no era el resultado de una imposible aleación de bronce y sueño, y menos aún le convenía ese magnífico color dorado de los tópicos anunciados de cremas solares. Era un color que sabía a pan caliente, que olía a rastrojo y a tierra mojada, con un toque distintivo que oscilaba entre la dulzura y lo onírico,que sonaba a violonchelo apenas acariciado por el arco. Con una suavidad acreedora de los más majestuosos telares persas, del más puro terciopelo del Lejano Oriente.

No había ni puede haber otra piel como la suya.

Añadió un color al arco iris.

Voluptuosa su boca, digna del mismísimo Epicuro. Las rosas no osaban abrirse en presencia de sus labios; la más descarada se asomaba entre sus pétalos, antes de empezar a abrirse, para verificar, escrutando el horizonte, que no andaba cerca. No querían quedarse en su lóbrego contorno por la luz natural que emanaba de ellos, envidiosas de la misma.

Tenía un corazón acorde con su fisionomía, franca y abierta, enemiga de las falsas apariencias; nunca cerraba la puerta -o la ventana- a la desdicha ajena: era una especie de aliviante para los afligidos, cosa que a veces les proporcionó ciertos sinsabores, porque no faltó quien confundiera su disponibilidad con otras facilidades, resultando ser victima de algún malentendido.

Adelantada a su tiempo, como dirían los ascetas estudiosos de Da Vinci. Más madura, serena y racional que todas sus compañeras. Sensata y formal, con algunos alardes de insensatez, locura sana y picardía, tan cautivadores como ella misma.

Capaz, incluso, de mantener conversaciones de un sazón desacorde a su edad. Capacidad inhabilitada por su desidia, no apatía, hacia el pensamiento profundo. Pero cuando conseguía superar su haraganería y concentrarse para mantener una conversación de esa índole, no eran muchos los capaces de hacerle sombra.

Una pincelada de misantropía -voluntaria-, para completar esta descripción, tan improvisada, y cerrar otra entrada del blog del abajo firmante.


Y me enamoró.
Aunque era un hada alada, y yo seguía siendo nada, no importó.

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