Habiendo sido acusado de autor prolífico, no me habéis dejado otra que dejar reposar las todavía humeantes teclas de mi portátil para tomarme un pequeño descanso, y pensar en las siguientes entradas.
Como esperaréis, esta será la entrada de cuarto, extensa de cojones, que ha llevado incluso una exhausta tarea de recopilación de información para ofreceros una visión lo más posiblemente fidedigna de lo que quizá fue el mayor curso de mi corta –e intensa, como ya sabéis- vida.
Pero tendréis que esperar al final para saberlo todo.
Empecemos, pues, con el verano de intersección entre 3º y 4º. Con la irónica comparación de los anteriores, apenas pisé casa, menos para levantar paredes, y hasta techos, que fue lo peor. Si las vigas eran muy grandes, me libraba; pero si eran medio manejables, había que subirlas al andamio, colocarlas en su sitio, y empezar a meter entre medias ladrillos, esos grandotes que os comentaba, después de subirlos. Y vamos, lo de enlucir paredes fue una pasada.
Como juegos de la Ps2 destacables –no se me ocurría cómo hilarlo con el resto de la entrada, así que os lo cuelo por aquí-, cabe mentar el Prince of Persia; The Two Thrones, Dragon Quest; El periplo del rey maldito, Need for Speed Underground 2, y alguno más por ahí.
Pero no me cambies de tema, mis sodomitas sumisos lectores. Como os comentaba, apenas pisé casa, ya fuera para ir a la piscina local, o a la de algún amigo, de la que me tenía que marchar prematuramente para seguir con mi ladrillál tarea.
Qué noches. Aquí fue, en su mayor parte, cuando empecé a conocer gente. Ingentes cantidades de gente. Y, al tener tiempo, hacía lo mismo por Tuenti, con lo que llegué a rondar los 500 amigos, pero de los de verdad, con los que hablas –de los que no conservo muchos, más por aburrimiento que otra cosa-.
También empecé a ojear obras de Reverte, a quien leía cada XL Semanal, a veces incluso por interné, pero sus libros no me acababan de convencer, quizá por lo alejados del tipo de cosas que leía por aquel entonces que estaban. De hecho, la semana pasada, por fin, empecé con La Tabla de Flandes. Todavía no tengo crítica del mismo, pero caerá. Todos caen.
24 de julio. En plena fiesta local, no se nos ocurrió otra que, nublados por el tipo de cosas que se consumían, dar paso a lo que todavía recordamos como Memorias de una coña. Este es un pequeño resumen que hicimos al día siguiente, con la esperanza –frustrada- de sacar un par más de tomos, pero que al estar todo el día fuera, se nos fueron olvidando, hasta apenas acordarnos –quizá, en parte, por esas cosas que consumíamos-.
Memorias de una coña;
Parte 1. Escapada
Corría el 24 de Julio en un pueblo alejado de la mano de Dios: Almagro. La historia nos sitúa en las vías de la antigua RENFE. Como cualquier sábado, un amalgama de chavales se disponían a hacer botellón. Un día normal: gente hablando, bebiendo… Hasta que una voz sin rostro grita “!!Los Civíles!!”.
No tengo palabras para describir semejante caos. Una confusión, una anarquía, un vorágine de chavales corriendo de un lado a otro del descampado sin llegar a saber muy bien que hacer. En medio de este desorden, llegamos a atisbar una silueta asomandose por la grieta que comunica el emplazamiento con el exterior. Una figura que susurra: “¡Chicos! ¡Venid, hombre! Si no os vamos a hacer nada”
Aguanta.
Algunos chicos, dejados llevar por las sucias falacias de aquella ladina figura, huyen del regocijo y la protección de la aliada oscuridad que les envolvía para adentrarse en un mundo donde se les podía reconocer fácilemte.
Por otro lado, yo y otra fracción de chavales huimos por el lado opuesto, sin correr, pero tampoco dando oportunidad de ser vistos.
Después tuvimos superar una infinidad de obstáculos casi imposibles para cualquier ser humano – tales como vadear una muy profunda zanja, escalar un altísimo muro…- y cuando creíamos que ya había pasado todo, se acerca un coche con sirenas en lo alto.
Que manera de correr…
Superando al mismisimo Usain Bolt, pasadas tres o cuatro calles, estando seguros de haber despistado a los civiles, apenas con aliento, decidimos sosegarnos un poco y hacer un pequeño stop.
No os destriparé el final, ya que puede ser una interesante entrada, que ya barajaré con más ganas tiempo.
Pero todo lo bueno se acaba, como rezaban los epitafios de Tuenti –te los encontrabas incluso en los de esa gente que hace lo mismo en verano que en pleno curso, pero bué-
Así que fue obligado el ir, otra vez, al Clavero, esta vez empezando 4º. Todavía no se a quién se le ocurrió, pero nos tocó a todos, a los con-pene con los que todavía salgo, en la misma clase, en 4ºA. Desde el primer día se olían los partes –de los que todavía, sigo sin saber cómo, no nos han galardonado con ninguno-.
No pasó mucho hasta que empezamos a romper cosas. Lo primero que calló fue el interruptor de la luz, el izquierdo. “No es tan malo” pensamos, y lo volvimos a encajar con un poquito de celo. Desde entonces no salgo sin él, con vista a lo que pueda pasar.
Lo siguiente que cayó fue el manillar de la puerta, por la tontería de encerrar a uno, y que este tirase de la misma para intentar abrirla, y dejar de ser blanco –no habrá chiste xenófobo esta vez- de las bromas escolares.
No recuerdo quién estaría encerrado, pero yo era de los que tiraban para atrás, para que no abriese. Y tras unos intensos segundos tirando, el de dentro dejó de hacer fuerza, y empezaron a sonar sillas y mesas por el suelo. Y nada más.
Al entrar, y verle sobre una mesa tumbada, intentando, en vano, darse la vuelta, como las tortuguitas, con el manillar en la mano, no pudimos más. La carcajada tuvo que sonar mucho, ya que empezaron a llegar compañeros de otras clases, para sumarse a las risas.
Intentamos, también, pegar el manillar con celo, pero no coló.
Asimismo, se desencajó una ventana, pero no recuerdo como. Ese día pasamos frío.
Ahora tocaría, cronológicamente, la hazaña del chupachups, pero si me tiráis de la lengua, no me queda otra que seguir con lo de romper cosas.
Imposible de olvidar aquel en el que, usando la mesa del profesor para barbaries varias, la pusimos en vertical, y entonces –no voy a decir el nombre del iluminado que lo hizo- me senté encima, sin tener la bombillita que racionase que podía pasar. Y pasó, Fui cayendo para abajo, como en las pelis de dibujos en las que alguien cae dentro de unos pisos, y según lo hace, rompe el suelo del siguiente, para seguir bajando, atravesándolos todos. Pues lo mismo.
Al llegar al suelo, de la mesa sólo quedaba la tabla de escribir. Todo lo demás estaba o roto o desperdigado por el suelo.
El miedo que me entró entonces no lo he sentido por muchas cosas más. Y aun así, me fue imposible levantarme, atacado por la risa, de la que casi muero de disnea, acompañado por los demás.
Si al menos hubiésemos tenido un par de minutos de recreo, habría sido suficiente. Pero pitó –tan agradablemente como siempre- y la profesora llegó. Y al ver aquello, cuando solo habíamos podido volver a poner la mesa en su sitio, se dio la vuelta, e hizo el amago de irse –ojala se hubiera ido-. Así que rápidamente recogimos los trozos de mesa, y los cajones, y los apartamos a un rincón de la clase.
Durante el resto del día tuve que urdir un plan, por pura supervivencia, mientras temía que, de un momento a otro, llamase el conserje, con su habitual simpatía, para pedirme amablemente que bajase abajo, donde me condenarían a un exilio de un par de días.
Pero no vino nadie a por mí.
Ese mismo día, conseguimos sacar un par de tablones, ocultos entre los abrigos, y los guardamos para las hogueras de San Antón, para quemarlos como muestra de nuestra rebeldía ante el sistema educativQUE NO TENÍAMOS PALÉS.
Así que, y sin dar tiempo a que se enterase de lo sucedido lo que creíamos que era un director desinformado, y con la vana esperanza de que así no cantase tanto, al día siguiente salimos, 3 aguerridos héroes, García14, AlvinAusentes y el abajo firmante a las 8 y media de nuestros calentitos hogares, armados con antiguas pistolas –de silicona- y un par de tubos de superglú para intentar, al menos, pegar lo que pudiésemos, y esconder el resto.
Conseguimos pegar la tabla delantera de la mesa, pero los efluvios de silicona que dejó esto hicieron casi tóxico el aire del aula, ante lo que abrimos las ventanas. Total no entró frío en la clase. Y como no hay dinero para calefa, ese día no nos bajamos la cremallera del abrigo ni para mear.
El resto de los tablones los desperdigamos por las todas las aulas del centro, donde siguen la mayoría, sin que nadie sepa cómo ni por qué acabaron allí.
Para ilustrar mejor el anterior resumen, os dejo un vídeo del mismo;
De vez en cuando, la tabla de la mesa se caía, y había que volver a ponerla con 2 tornillos improvisados con un par de palos de chupachups.
Y como epitafio a la hora de crear el caos con el material escolar, también de mi mano, lo reconozco avergonzadamente, fue aquella idea de, a apenas 3 semanas de acabar el curso, coger todas las sillas de todos los profesores de todo el centro –respetando el santuario de La Sala de Profesores- y sustituirlas por las nuestras, las vulgares e incómodas del proletario, y cambiar la del profesor por una de alumno, metiendo todas las sobrantes en el aula de 2ºBach, que al haber acabado el curso, habían dejado vacía.
Y como nunca pasaba nada, pensamos, tampoco pasará ahora. Y efectivamente, no pasó nada.
El cachondeo nos duró día y medio, hasta que subió la jefa de estudios para decirnos que o las devolvíamos cada una a su sitio, o nos condecoraban con un parte colectivo. Y nada, en los últimos 5 minutos de un recreo, se pudieron ver a un vorágine de chavales cargados con sillas de profesor yendo y viniendo de una clase a otra, al grito de “¡Al cielo con ellas!”.
Apoteósico.
Y para acabar, la aventura del chupachups.
Estando un día en el aula de música, y cansados de desatornillar mesas con el destornillador que siempre acompañaba al rollo de celo desde lo de la mesa en mi mochila, se me ocurrió, también, la titánica idea- ya sabéis lo de mi carencia de humildad- de, con la ayuda de un hilo blanco de coser, y un suculento chupachups, y atándolos a modo de caña de pescar, desenrollarlo por la escalera principal, la que comunica la parte superior y la inferior del Clavero, depositarlo suavemente en el suelo, y esperar pacientemente a la primera victima. Así que en el cambio de clase hicimos una quedada, a la que no faltó ni uno.
La primera presa fue un fracaso, ya que pasó de largo sin ver siquiera ni el hilo ni el chupachups, aunque si se extrañó un poco al ver a 25 chavales, con cara de hijosdeputa, en la parte de arriba, rondando la escalera. Pero pasó de largo.
Y no pasaron ni 2 minutos, armonizados por risas, hasta que una alumna de 2º de bachiller, respaldada por su amiga, y pensando subir la escalera, vio el chupachups. Y no pudo resistirse; se agachó para coger el chupachups.
<<Ahora, ¡tira! Vamos, Pedroma, ¡súbelo!>>
Pero yo había visto al Último Superviviente, y sabía que tenía que esperar hasta el final.
Y la chica cerró la mano.
Por escasisísimos milímetros, el chupachups se resbaló entre sus lascivos – que supongo- dedos, y rozándole con el palo en la nariz, ascendió milagrosamente delante suya. El par de segundos que tardó en comprender que pasaba, flipó. Con los ojos abiertos, al igual que la boca, levantó la mano, lentamente, casi con miedo, para intentar coger el chupachups.
Quizá fue ahí cuando oyó las risas, porque miró arriba, cerrando la boca, para encontrarse a una fila de cabezas asomadas al pasamanos de la escalera, mirándola casi con lágrimas en los ojos de la risa. Así que se dio la vuelta, bajó la cabeza y volvió por donde había venido, mientras se alejaba de las risas.
Intentamos cazar a alguna presa más, pero pitó, y recogimos el sedal, al grito de “¡Mañana aquí en el primer recreo!”. Pero ninguno fuimos.
Quizá, seguro, haya alguna otra truhanería de este estilo, pero no consigo recordarla, así que paso al siguiente punto; el viaje a Galicia.
Pero no puedo evitar darle a la ruedecita del ratón para arriba, y fijarme en la extensa extensión de la entrada.
Así que, témome, mis ávidos lectores, tendréis que esperarnos, a mi bolsa escrotal y a mí, para poder deleitaros, una vez más, con otra parrafada de este prolífico autor.
Pero bueno, está claro que os aburrís un montón. Hay que daros trabajo para tener a esas mentes (peligrosas cunado están ociosas) ocupadas en algo constructivo.
ResponderEliminarEsta claro, en esta empresa que se conoce a los cojos sentaos uno se da cuenta que las caras de:"estoy haciendo algo malito" no son por casualidad. Queda probado, de largo además, que ver mucho tiempo programas como Jackass y similares secuelas del género escatológico no es bueno para el posterior comportamiento del ser humano. VAYA TELA.
Me voy a permitir la licencia, no tendenciosa, de hacerte una propuesta. Creo que este blog se debería titular y subtitular:
MEMORIAS LACÓNICAS (HISTORIAS ESCATOLÓGICAS...EN EL SENTIDO GAMBERRETE)
Lo que me he podido reír leyendo esto jajajaja. Sobre todo porque me imagino tu voz y.. en fin. Muy bueno. :)
ResponderEliminar