domingo, 15 de abril de 2012

Enhebrando primaveras, deshaciendo los segundos


Como os prometí, mis fieles lectores, os debo un resumen del viaje a Galicia, que “ganamos” en 4º de la ESO.

Rondarían primeros de febrero cuando nuestra profesora de lengua, Raquel, gallega, entró exaltante en clase, al grito de “¡Que nos vamos a Galicia!”

¿Qué?, fue lo primero que pensamos.

Resulta, nos contó, que una vez cada año, se hace un sorteo entre todos los institutos de todas las localidades de España. Y del vencedor se eligen a los 12 alumnos con mejores resultados académicos en 3º de la ESO, para en 4º proponerles el ir una semana a Galicia.

¿Hay que pagar?, fue lo segundo en lo que pensamos.

Comida, alojamiento y visitas guiadas, todo subvencionado por el Estado.

Flipando.

Con el consentimiento firmado de mis papás –ya con ganas de perderme de vista-, fui al día siguiente a hablar con la profesora, quien nos siguió explicando el viaje.

No solo iríamos nosotros, nos dijo, sino que tendríamos que convivir con otro instituto –por aquel entonces no sabíamos nada más-, en una residencia universitaria gallega, en Culleredo, A Coruña, para cada día, mediante un riguroso horario –del que sacaríamos partido para más de una cabronada- hacer una visita guiada por una determinada provincia de Galicia, parar para comer por ahí, seguir visitando cosas, volver para cenar en el comedor de la residencia, e irnos a dormir, pronto y callados, para aguantar el siguiente día en condiciones.

Era la idea.

Poco después, conocimos a l@s alumn@s –políticamente correcto- del instituto de convivencia, quienes nos enviaron un email, diciendo que eran de Salvatierra-Agurain, Euskadi, con sus nombres, y una pequeña descripción personal de cada uno, y una foto grupal. Todo muy serio. Como nosotros –equisdé-

Lo primero que nos mandaron hacer, en el aula de idiomas, donde leímos el email, por el proyector y eso, fue hacer grupalmente una descripción de nosotros, en la que cada uno aportaría la suya.

¡A mi ponme que soy el puto amo!

¡No te atrevas as decir nada de mis exacerbadas medidas fálicas, eh! Que no quiero asustarles antes de tiempo.

¡Pues yo toco el bajo!

Fueron algunas de las improvisadas descripciones más reseñables del día. Para la foto grupal, salimos fuera, al solecico, para colocarnos, mientras el conserje le daba al botoncito de la cámara. Cuando dejamos de poner caras raras, y conseguir una foto no muy borrosa, la adjuntamos al email y la enviamos, junto con las descripciones. No recuerdo si obtuvimos respuesta; creo que no.

Y poco a poco, siempre con los preparativos en mente, hicimos tiempo hasta el 29 de marzo, martes, en el que, tras levantarnos a las 7 y algo, y tras los últimos besos a nuestras respectivas mamás- e incluso a ajenas- partimos en un autobús medio derruido, sin pinta de aguantar los 900km que nos separaban de nuestro destino, Galicia.




11 horas de viaje.

Al principio empezamos con ganas. Cantando canciones, jugando, con música y sacando el dedo a los coches que pasaban por nuestra vera –incluso entablamos amistad con un camionero, con el que nos comunicábamos escribiendo cosas en un cuaderno y enseñándoselas a través de la ventanilla trasera, hasta que pilló un desvío a otro sitio que no era Galicia-.

Esto les duró a la mayoría unas 3 horas, y se quedaron sopa. Los demás cayeron a la hora siguiente, siendo apenas 5 los que continuábamos en pie. Y aquí fue donde tantas horas de preparación sirvieron para algo.

Saqué varios rotus de la mochila, y rulando uno a cada camarada, empezamos a decorar las dormiditas caras de nuestros compañeros con palabras peyorativas y dibujos erectos, con un pulso lo más firme que pudimos, dadas las constantes turbulencias del bús.

Hasta que hicimos un apeo en el viaje, ya que la maricona del conductor no aguantaba 11 horas seguidas sin parar.

Cuando empezó a despertar la gente, y a recibir las mismas risas que las que regalaban a sus compañeros de asiento al ver que tenían un pene en la cara, bajaron corriendo a los lavabos, a limpiarse los falos, a veces incluso recíprocamente – planteaos el doble sentido-.

Y tras este pequeño inciso de carretera, acompañados por una ligera llovizna –nada comparado con lo que nos espera en Galicia, pensamos- seguimos adelante en nuestro periplo a tierras galegas.

Y tras unas ligeras 6 horas más, por fin llegamos.

Centro Residencial Docente de A Coruña, –o antigua universidad laboral-, así se llamaba la residencia.

Situada en la Calle Acea de Amá, rodeada por una verja de acero, más decorativa que otra cosa, se encontraba el complejo en sí. A la izquierda, entrando por la puerta principal, estaba la universidad, y a la derecha, la residencia. A falta de saber como sería la universidad, a la que nunca entramos, sigo con la historia.

Tras coger cada uno su(s) maletas, enfilamos puerta, y entramos a la resi, tras atravesar el patio que había, para encontrarnos con un laberinto bien iluminado, que tuvimos que recorrer un par de veces, perdiéndonos cada una de ellas, para acabar de saber cómo iba.

Habiendo decidido cada uno su compañero de habita, subimos los 3 pisos que había para llegar a un pasillo, oscuro y lúgubre –como el museo- en el que disponíamos de libre albedrío a la hora de elegir habitación. Para que os hagáis una mejor idea de las siguientes anécdotas, os adjunto el garabato de un mapilla –quizá falle, hace más de un año de esto- en el que se ven las parejas de con-penes que poblaron cada habitación durante una semana;


Y qué hostias, ya que me pongo, me pongo bien. Aquí va un boceto de la residencia.



Y como sé que no vais, aunque deberíais, mirar un mapa de Galicia, pues también os lo meto;





Tras hacer una rápida colocación de nuestra ropa en los armarios, y hacer las camas, bajamos al salón de actos del Centro Residencial, para empezar a conocer a nuestros camaradas. Las chicas no tardaron mucho en empezar a darse besos, pero los chicos, divididos en dos manadas, nos resentimos a la hora de presentarnos. Para ello, los coordinadores empezaron con un juego, no muy currado, para que hablásemos entre nosotros. Y funcionó.

De ahí fuimos a cenar, al comedor de la resi, aunque no me acuerdo el qué. Pero seguro que llevaba patatas fritas. Segurísimo. Al igual que TODAS las comidas que ingerimos de ahí en adelante.

Y subimos a las habitaciones.

Los coordinadores nos habían pedido fervientemente que mantuviésemos el silencio por la noche, y advertido de lo que podría pasar, en caso contrario. Pero a partir de las 12.

Tras subir, ponernos el pijama, y una meada rápida, casi nos dieron las 10. Así que empezamos a dar vueltas de una habitación a otra, pero sin atrevernos a entrar en territorio vasco. Más por falta de confianza que otra cosa. Hasta que pasó.

Vimos a uno de ellos cerrando la puerta de una habitación, medio cabreado por algo, y hostiando a otro con el canto de la puerta. Y se cagó. Cerró la puerta corriendo, para evitar violencia innecesaria, y empezó a hacer fuerza para que nadie abriera, por más que los demás empujaban. Hasta que se relajaron las cosas.

¡Iñigo, cabrón! ¡Abre!

Y abrió, con una cara de tranquilidad total, desacorde a la situación, y con un bocadillo abierto en la mano. El otro no pudo aguantar más, y empezó a reírse, eliminando totalmente la tensión del momento. Abrió del todo, y se estrecharon la mano, quedando en paz. Y empezamos a hablar entre nosotros.

Pasamos casi dos horas hablando de todo, y de nada a la vez. Nos deleitaban con su visión de la política, y nosotros a cambio les contábamos historias de La Mancha, o cualquier otra cosa, ya ni me acuerdo. Pero recuerdo esa noche con mucho cariño

Hasta que llegaron las 12, y el tutor de nuestros nuevos amigos salió de su habitación, con más ojeras que las habituales para un ser humano, y nos pidió formalmente que nos fuésemos a acostar, que ya era muy tarde. Supongo que estaría esperando al toque de queda, aun presa de todo el sueño que le acosaba, para dejarnos seguir entablando amistad entre nosotros. Un gesto muy noble por su parte.

Y cada pareja de chicos se fue a su habitación –esta vez no habrá chiste homófobo- para seguir hablando como mínimo hasta las 4, por lo que comentamos a la mañana siguiente. Cosas serias y trascendentales fueron las debatidas hasta esa hora, totalmente alejadas de las paridas que comentábamos por el día. Y cuando el sueño no nos dejó continuar con la charla, nos deseamos un formal buenas noches, acompañado de un Hostia puta, que frío para despedirnos hasta el día siguiente.



Miércoles;

Esta vez la historia nos sitúa en la habitación de Agustín y Briñas, sobre la hora de levantarse; las 8 de la mañana, para una ducha rápida –más de uno pasó la semana entera sin ducharse, negándose por el frío de la mañana. La mayoría lo hicimos el segundo día por la tarde- y bajar a por un desayuno ligero –que manera de comer-.

Pero a ambos se les olvidó poner la alarma. Y nosotros, al no oír nada en su habitación, supusimos eso mismo. Por mi parte, armado con un paraguas de bolsillo, abierto para llegar, me asomé a la ventana, con el frío mañanero gallego llenándome los pulmones, alargando el brazo, con medio cuerpo oscilando a 3 pisos del suelo, hasta que tocó la ventana contigua, la de ellos, y me puse en posición. Nicolás, por su parte, agarró el escritorio de la habitación, e hizo lo mismo. A la voz de 3, empezamos a dar golpes lo más violenta y rápidamente que pudimos.

Por lo que nos contaron, De Tín apenas se enteró, pero nuestro amigo Briñas se acojonó de tal forma, que se levantó corriendo, sin saber todavía que pasaba, intentando despertar a su compañero al grito de ¡Pero que pasa, joder! ¡Que es eso! ¡Agustín, joder, despierta! Y, como siempre, las carcajadas nos delataron. O quizá fue que vio el paraguas por la ventana. O las dos. Cuando se asomó a la ventana, y nos vio a los dos con esa sonrisa de hijosdeputa que tan bien conocéis, y con el frío incapacitándolo para hablar, balbuceó su famoso Que cavrones… para volver dentro de la habitación.

Antonio entró corriendo –lo que más nos diferenciaba de todo el resto del pasillo es que nosotros nunca echamos la llave a la habitación; sí, somos así de gilitontos-, preguntándonos qué habíamos roto ya. Y se lo contamos. Y se unió a las risas.

Tras bajar a desayunar, ya vestidos y duchados, subimos para una cepillada rápida de dientes, y volvimos a bajar, entreteniéndonos un poco por el camino, para casi perder el autobús que nos llevaría a la visita guiada por A Coruña, como correspondía al primer día.

De camino a nuestra primera parada, Antonio nos contó su noche. Al ser 3 en una habitación de 2, habían tenido que meter otra cama, en el espacio vacío entre las 2 predeterminadas, haciendo una supercama, en la que tenían que dormir los 3. Y los chicos nos movemos al dormir. Así que la posición en la que despertaron los 3 todavía es tema de conversación.

Al llegar a la primera parada, la plaza de María Pita, Sandra, la monitora, nos hizo un pequeño resumen de su historia, que no estaría de más que miraseis por interné. Nunca he sido muy fotógrafo, pero ese ayuntamiento se merecía al menos una;



Tras esto, nos dejaron una hora y algo libre, que aproveché, yo, para dar una solitaria vuelta por los alrededores –sí, a lo misántropo-, casualmente tomando el camino que andaríamos a continuación, con dirección al castillo de San Antón, antiguamente utilizado como hospital y fortaleza, tanto terrestre como marítima.

Tras visitarlo, y dar una vuelta por un museo interior, con varias armas de la época, salimos, enfilando la Torre de Hércules. Dolía solo de mirar arriba. Unos 60 metros de torre, construida alrededor del 1790.

Comimos en el Carrefour Comercial. Es pensar en qué pasó a continuación, y se me erectan los pelos de los brazos. Sólo los pelos. Nada más.

Tras comer decentemente un menú concertado, con algo de carne, y un flan para postrear, y con la disyuntiva, durante toda la comida, si aquel anciano que estaba comiendo delante nuestra, sólo, con una cara no muy femenina, pero con dos pendientes adornando sus orejas, era una anciana masculina o un viejo rebelde, a quien por falta de imaginación llamamos Yayayo, -etimológicamente formada por yaya+yayo, fuimos a dar una vuelta por los interiores del Carrefour.

Al no ve nada interesante, decidimos ir a las tiendas que bordean al mismo, todavía dentro de la nave. Primero pasamos a una de deportes, de la que nos echaron por sentarnos en una banqueta, y reír, nada disimuladamente, al empezar a recordar a doña Puri.

Y vimos una tienda de animales, con perritos, gatitos, y tarántulas gigantes en cajas pegadas a las cristaleras que comunicaban la tienda con el exterior. Entramos, y tras no encontrar nada decentemente grande, salimos. Y vimos a Yayayo, con la cara pegada al cristal, mirando a un perrito que estaba inusualmente quieto, con lo que parecía ser una lágrima en un ojo. Nos acercamos, y vimos al perro. Se veía que respiraba, pero por hacer la broma, no se quién –Agustín, seguro- dijo que estaba muerto.

¡No digas que esta muerto! ¡No esta muerto! ¡Está dormidico!

Sé que ya habréis oído muchas veces aquello de Esta frase cambió nuestras vidas. Pero esta vez es cierto. Durante el viaje, no pasó una escasa hora sin que mentásemos La Frase, y desde entonces apenas una semana.

Tras salir del Carrefour, fuimos a visitar El Museo del Hombre y la Casa de Emilio Pardo Bazán. No recuerdo cual fue primero, así que lo tendré que dejar en incógnita, y cambiar drásticamente de tema.

Al volver del autobús, más muertos que vivos, tras semejante día, la mayoría nos dormimos, sin sorpresas fálicas adornando nuestra nívea tez al despertar.

Al llegar a la resi, y gracias a esos 15 minutos de descanso en el bús, nos volvieron las ganas de liarla. Pero antes había que comer. Habiéndome guardado 1 de los 3 bocadillos destinados a la ida, tenía decidido meriendármelo, hasta que vi una densa capa de moho cubriendo mi chope. A plena voz, lo anuncié, a lo que decidimos alimentar a las gaviotas –o lo que fuesen- que rondaban el Centro Residencial Docente de a Coruña, la resi. Y lo grabamos, por supuesto;


Al final, como podréis ver, nuestro catedrático en filología nos deleita con La Frase del Viaje. En todo viaje, hay una frase que se repite, desde el primer al último día. La de Galicia –bué, una de ellas, ya que, entre la longitud y la intensidad del mismo, con una no nos daba- fue ¡Vamos con El Puto Amo!, refiriéndonos a la eminencia presidente de nuestra comunidad autónoma, el señor Barreda. Al igual que todas Las Frases, se pueden usar varias entonaciones y énfasis, tal y como nos sigue mostrando nuestro pedagogo en fonética;


Un poco antes de anochecer, como cada día, nos reunimos todos en el salón de actos para hacer una comuna del día, en la que completábamos un cuadernillo con un par de preguntas de lo visto ese día, y varias palabras en gallego, de las que solo me acuerdo de Bolboreta.

Después de esto, subimos a nuestras habitaciones, esperando a la hora de bajar al comedor.

Tras una suculenta cena, en la que nos inflamos a arroz con guisantes y pizza, llegando a mendigar esta última a los profesores que afirmaban estar llenos, subimos a la habitación, con vistas a que pasase lo de la noche anterior, pero estábamos derrotados, así que, apenas quedándonos hasta la 1, nos metimos cada uno en nuestra respectiva cama –menos los de la habitación de Antonio, claro- y dimos paso al sueño para recuperar energía para el día siguiente, el día 3.



Jueves, 31 de marzo, 7:55 de la mañana. Por lo que nos volvieron a contar Briñas y Agustín, esta vez les despertaron nuestros golpes en las paredes coreando la culminante Highway to hell, de ACDC, puesta de despertador ese día. Así serían las paredes, que nuestro despertador levantó a medio pasillo.

Esta vez sí decidimos ducharnos; primero fue Nicolás, truhán que no me advirtió nada del truco del agua. Como todos los hoteles de 5 estrellas, el agua se regulaba con dos manillares, uno para la caliente y otro para la fría. Pues bien, para obtener diferentes grados de temperatura, tenías que mover cada uno hasta su punto justo, con apenas un par de grados de margen de error, al girar estos circularmente. Si te pasabas con uno, te salían carámbanos en los pezones, y si te pasabas con el otro te podías dar por muerto.

Y claro, preferimos pasar frío a que nos derritiesen las cutículas de las uñas, así que al salir, sumado al frío gallego, y a la falta de calefacción, nos volvíamos a meter en la cama, todavía con el calor residual de la noche, y esperábamos a que se nos pasasen los primeros signos de hibernación.

Hubo, incluso, un chaval a quien hubo que amputarle un par de dedos por gangrena, ya que la sangre, a causa del frío, se le coaguló, inutilizándole esos dedos.

Ya que me habláis de los baños, fue un poco raro que siendo el tercer día, algunos todavía no hubiésemos hacido de vientre, ya que una sentada al trono diaria se convirtió en costumbre hace mucho. Quizá fue porque lo quemábamos todo durante el día, no dando lugar a desecho alguno. Pero esto cambió esa misma tarde. Recordadme ahora, fervientes lectores, que os lo cuente.

Tras desayunar tostadas, calentitas, que entraron suaves, untadas con algo de mermelada, y un vaso de leche con cereales, volvimos a nuestra particular rutina de subir a lavarnos los dientes. Esta vez, al ser un baño de 2x2, y estar este ocupado por mi compañero, decidí salir a lavármelos a la ventana, a la par que me deleitaba con las vistas de Galicia. Y me lo encontré.

Tras salir, vi a mi compañero Briñas, a mi izquierda, cepillándose sus propios dientes. Después de un ensordecedor saludo, en el que la llegamos a chocar, peligrando así nuestras vidas, seguimos con el cepillado, para acabar tirando, los dos a la vez, y sin haberlo planificado antes, los restos de la crema dentífrica 3 pisos hacia abajo. Tras reírnos, y volver a poner nuestras gallegas vidas en peligro al volver a chocarla, nos metimos en la habita. Desde entonces, cada vez que alguno iba a lavarse los dientes, daba un golpe en la pared contigua al grito de ¡Vamos a la ventana!, para que el otro pillase su cepillo, previamente untado con crema.
   
Tras bajar al bús, nos recordaron, como ya habían dicho en la comuna de la tarde-noche anterior, que ese día tocaba Lugo.

Volvimos a echar una cabezadita, con vistas a lo que nos esperaba ese día.

En la primera parada, el Parque de Rosalía de Castro, y comprarse alguno el bollo que no había comido en el desayuno, pero que al haber entrado en calor necesitaba, nos asomamos a uno de sus lados, para ver un río, el Sil.

El Miño lleva la fama, y el Sil el agua, nos dijo Sandra. Tendrá gancho la frase, no sé; no se me ha olvidado desde entonces.

Tras esto, volvimos al autobús, para rodear la Muralla de Lugo. Tras esto, la monitora, que no sabía muy bien si parar o no, se decidió a hacerlo, argumentando que ver la periferia de La Muralla no era suficiente. Nos bajamos, y empezamos a andar, siguiéndola, hasta que dijo que nos dábamos la vuelta, para visitar la Catedral de Lugo; una maravilla de arquitectura barroca.
                                                                                        
Y entre unas cosas y otras, nos dieron las 2 y algo, así que fuimos a comer a un restaurante, el Bar Santiago, donde degustamos una empanada gallega; no sabías muy bien que comías, porque la abrías y veías de todo. Algunos, los más burgueses, la dejaron, alegando que no tenían hambre –ruin falacia-, mientras que los del proletario nos comimos todo. También había barra libre, prepagada, de cocacolas y fantas, así que rellenamos nuestras cutres botellas de proletariado con ese jugo de los dioses.

Después jugamos un par de partidas a unos dardos electrónicos, a los que no llegamos a echar monedita, y volvimos al autobús, de camino al Museo Provincial, donde, nada más llegar, una mujer que nos hizo ponernos unos corsés, todavía no sé muy bien por qué, para después enseñarnos en museo en sí, con varios cuadros de varia gente colgados por la pared. Muy bonitos todos, oye.

Volvimos a montar en el autobús. Y nos volvió a dar ese sueñecito tan rico, que siempre nos venía al montar en él. Y yo, por lo menos, me dormí, recuperando lo que no dormía por las noches; así que no sé muy bien cuanto duró el viaje, pero al despertar estaba en el Castro de Villadonga.

Antiguo poblado celta, con casas individuales circulares, de unos 100m de diámetro, de las que solo se conservan los cimientos. Al lado había otro museo, en el que estaban expuestos la mayoría, si no todos, los objetos que allí se habían encontrado; cerámica, piedras talladas, incluso abalorios, algunos hasta de oro.

Acabado el recorrido para ese día, un poco antes de lo debido,  volvimos a la residencia. De camino a esta, empezamos a hablar con Sandra, la guía, y Judith, la monitora de nuestros compañeros de pasillo, de música. Scorpions, Guns’n Roses, The Clash… Qué grandes.

Algunos, los más fans de G’n R, empezaron a hablar con Sandra, quién, al saber que nos gustaban, y tras confirmarle que sí, que los teníamos en el móvil, y sabíamos como pasarle algunas canciones, nos utilizó uno por uno, para que le rulásemos sus prefes, y nos desechaba, sustituyéndonos por el siguiente, cuando lo hacíamos.

Tras ser rechazados por Sandra, fuimos a hablar con nuestra profe, Raquel, con quién apenas habíamos conversado a lo largo del viaje, y le preguntamos por su música preferida. Y empezó a desvariar. Así que la dejamos, y nos fuimos, pero siguió hablando sola.

Por mi parte, me senté al lado de Judith, y empezamos a hablar de música, y quedamos, después de cenar, en ir a la sala de estar, que pillaba wi-fi, para ver un par de videos que me quería enseñar.

Tras cenar lo que recuerdo que fue pasta con una salsa gallega, y dar una vuelta por el complejo, estos se fueron a las habitaciones, y yo pillé mi recién comprado móvil, equipado con wi-fi, con dirección a la sala de estar, done me esperaba Judith.

Zztop – Le Grange y Joan Lett- I love rock’n roll fueron las primeras que sonaros, seguidas de The Clash – Should I stay or should I go, hasta que se fue el wi-fi. Quedando los dos con ganas de más, apunté un par de grupos -4664, OBK y T-Rex- y nos fuimos cada uno a su habitación.

Tras negar cualquier tipo de supuesta cópula del tipo MILF, fuimos a lavarnos los dientes –a la ventana- y, como el anterior día, estábamos reventados, con lo que no nos quedó otra que volver al jergón, esta vez hablando un poco más que la noche anterior; hasta las 2, cuando uno de los dos se durmió –no sé si fue el amigo, o yo-, seguido del otro.


Viernes, primer día de abril. Esta vez despertamos al pasillo coreando a Rober y a su guitarra rítmica, al compás de la canción de Puta.

Aquel día tocaba ir a Santiago, y todos estábamos tan exaltantes como exhaustos, a falta de una buena siesta.

Desde esa mañana, y no sé por qué, empezó deGracia a tararear el tema de Los Chunguitos, Dame veneno, que nos pegó a todos, como se pegan las canciones buenas.

Y bajamos dirección comedor, para recuperar fuerzas, al grito de Dame veneno que quiero morir, dame veneeeeo.

Que antes prefiero la muerte que dormir contigo, dame veneeeno, coreó una potente voz detrás nuestra. José Carlos, nuestro profesor de lengua, apasionado de la rumba, entusiasta de Los Chunguitos y ebrio de felicidad, no pudo evitar unirse a nuestra balada, que nos duró la mayor parte del día.

Y así recorrimos lo que nos quedaba hasta el comedor.

Tras desayunar lo de siempre, un vaso de leche con cereales, mojando lo que pillases por ahí, subimos a lavarnos los dientes a la ventana, a cambiarnos y ponernos guapos, y a perfumarnos a falta de ducha, para bajar al autobús, el mismo que todos los días, con el mismo conductor y todo, al que ya saludábamos con el apelativo de ¡Jefe!, a falta de saber su nombre.

Al llegar a Santiago de Compostela, con la imposibilidad de aparcar dentro de la ciudad, nos dejaron en la periferia, en una especie de complejo comercial, con toda clase de figuritas, estatuillas y adornos de Santiago, pensado para promover el feligrés consumismo de los peregrinos que llegaban a la ciudad.

Atravesamos la ciudad entera, para llegar a la Catedral. Dimos una vuelta, rodeándola, mientras hacíamos tiempo hasta el comienzo de la misa, que vimos entera. Unos 40 minutos, no muy entretenidos, pero extremadamente interesantes, en los que no llegamos a ver el Botafumeiro, un recipiente de 100kg que oscila en horizontal con respecto a la entrada –con su prestigioso Pórtico de la Gloria- soltando una humareda de carbón e incienso.

Al salir, cautivado por las leyendas que afirmaban que si, tumbado, mirabas a lo alto de La Catedral, te mareabas, no me quedo otra que probarlo, tomando/echando/haciendo/sacando una foto para más seguridad;




Tras esto, nos volvieron a dejar tiempo para que nos perdiésemos por las sinuosas calles de Santiago, y asín lo hicimos. Al principio, sí fuimos todos juntos, de una tienda a otra, mirando suvenires – o suvenirs, depende si sois de opening-. Llamó la atención la cantidad de gaitas que había, vendiéndose, e incluso los peregrinos sin sombrero en el suelo que las tocaban en medio de las calles.

Pero bué, me acabé aburriendo de ver las mismas estampitas en todas las tiendas, y me volví a retraer en mi misoginia, yendo a dar una vuelta por ahí.

Poco después de dejar la lmanada, sobre la 1 menos 10, me llamó García14 desde tierras manchegas. Tras decirle que estábamos todos muy bien, pero que no se los podía pasar, me dijo que Fermín, el pobre Fermín, en un lúcido acto de rebeldía, había dado una patada a una piedra, de las que no se mueven si les das patadas, rompiéndose así la mayoría de los carpos y metacarpos del pié izquierdo, y que después de operarle, estaba otra vez con ellos, con muletas. Incluso me lo pasó.

No tenía voz de haberse roto un pie, pero bueno, tampoco sabía cual era la voz de los que se habían roto un pie, así que me lo creí. Luego resultó ser una inteligente broma, que pensarían que solo tendría efecto en Galicia, pero al llamar un compañero, que prefiere mantenerse en el anonimato, a su madre, y contárselo, al ser esta amiga de la mamá de Fermín, decidió comprar unos pasteles para llevárselos. Cuál fue su sorpresa, al presentarse en casa del supuesto tullido, al encontrárselo bajando las escaleras, para recibirla tras haber abierto la puerta. Lo que pasó a continuación sigue siendo leyenda.

Pero volvemos a mi historia, que me cambiáis de tema.

Comimos en el Bar Montero,  donde nos sirvieron de primero una ensalada con un poquito de todo, y un segundo de carne. Todo ello en cantidades pantagruélicas, como viene siendo la costumbre gallega.

Todavía sin haber acabado de hacer la digestión, volvimos a subir al bús, esta vez con el norte de la brújula en el Museo del Pobo Gallego.

En la primera sala que visitamos había varios barcos, tanto en maqueta como a tamaño natural, muy bonitos todos ellos.

Seguimos adelante, subiendo la galardonada fotográficamente Escalera del Pobo Galego, para acabar en una sala con decenas de expositorios con monedas de cuando Franco era trompeta. 

Volvimos a bajar, con algún que otro resbalón, hasta un jardín, donde uno por uno nos fuimos sentando, exhaustos tras semejante día, y nos animamos a contar chistes. Quizá sacados de tema. Algún gallego, y otro vasco para acompañar, fueron los de nuestra parte, aunque nos quedamos con ganas de escuchar alguno de Tomelloso.

Seguimos adelante, y acabamos en una sala con una pintura a la que, al llamarme la atención, le hice un retrataura;



Volvimos a la resi, esta vez despiertos, rulándonos música y contando chistes, de esos que se cargan la amistad que habíamos cultivado durante los últimos 3 días, pero que se arreglan con una carcajada recíproca.

Y pasó. Tras haber estado 3 días sin defecar, los pocos que aguantamos el día sin caer en el baño de algún bar, no dudamos mucho en qué iba  a ser lo primero que íbamos a hacer. Pero claro; en cada habitación éramos dos, y sólo había un baño. Y decidimos solucionarlo como personas adultas que éramos, de la forma mas madura y justa que sabíamos; al piedrapapeltijera.

Mientras mi camarada acababa con lo suyo, yo hice tiempo hablando con Briñas por la ventana, ya que él ya había acabado, y el servicio era de Agustín.

Al acabar Nicolás, no dejé que cerrase la puerta tras de si; entré corriendo al baño, para salir con la misma velocidad. Ahí no se podía entrar.

Seguramente habría durado más en el baño de doña Puri.

Había incluso partes del inodoro que habían quedado corroídas por la acidez del ente que habría dado a luz mi amigo, Luego me comentó que le costó tirar de la cadena, porque su asquerosa creación ya había aprendido a hablar, llamándole papá.

De hecho, enseguida llegó un escuadrón de SWAT, con un mono blanco hermético, que cercaron la puerta con una cinta amarilla que rezaba POLICE – NOT CROSS, pegando un par de avisos, radioactividad y tóxico, en la plancha de la puerta.

Pero yo no aguantaba, así que presa de la urgencia de mi situación, y descartando usar la ventana para algo más que para lavarme los dientes, fui a la habitación de Antonio, pero estaba ocupada. Corrí a la de Briñas, pero su baño estaba igual. Así que, habiendo hecho todo lo posible para evitar esa situación, empuñé un cepillo de dientes, prestado, y fui a la habitación de un amigo –que, por si lee esto, al no saber todavía lo que pasó en su baño, supongo que preferirá mantener el anonimato- me abrió, a la par que yo le contaba mi situación; me quería lavar los dientes, y no tenía crema, así que le pedí un poquito de la suya. Muy amable, me dijo que me la sacaba, pero le dije que no, que ya entraba y me los lavaba ahí. Accedió. Entre corriendo, sin poder posponer lo que iba a ocurrir. Cerré la puerta, y sujetándola con un pie, estuve lo que me parecieron 30 segundos soltando sin parar. Y me puse nervioso. Y empecé a silbar.

¡Pedroma! ¿Cómo silvas mientras te lavas los dientes?

Mierda –iba a decir Nunca mejor dicho, pero supongo que ya lo habréis pensado-.

Sin haber acabado del todo, me subí los pantalones, dejándome tras de mí el cepillo, y me fui corriendo, mientras le decía que me había gustado mucho su crema, pero que picaba bastante. Luego me dijo que era de fresa. Peo bué, ya estaba fuera, y fui corriendo a mi habitación, pero los SWAT seguían bloqueando al puerta, así que me metí en la de Agustín.

Tras contar mi hazaña, y poder reír al fin tranquilo sin temer que se me fuese el punto, y convertir aquello en una orgía coprófaga, volvimos a nuestra habitación para abrir la ventana, y dejar que aquello ventilase mientras cenábamos.

Al subir, y juntarnos varios en una misma habitación para debatir temas tan trascendentales como la posible dilatación anal antes del desgarro, y la relación existente entre los kg/volumen de heces, y la velocidad a la que esta salía, nos metimos en nuestras respectivas camas, rondando las 3, para despedir a otro día, y dar paso al sábado, día 5 de nuestro periplo gallego.



Ese día despertamos a la chavalada con Knoking on heaven’s door, de Guns’n Roses. Hubo quien se duchó, pero en nuestro caso fue imposible; la puerta seguía vedada.

Tras esto, y después de haber dado las concernientes vueltas por las habitaciones contiguas, el grueso de la tropa bajó; pero había algunos con un plan mejor. Tras esperar a que el pasillo quedase vacío, Briñas, Agustín y el muy abajo firmante entramos en la habitación de Antonio, deGracia y Álvaro para, con toda la hijoputez del mundo, colocar sus tres camas una encima de la otra, con las sábanas y todo, dejando dos somieres desnudos.

Y bajamos corriendo, con la excusa de que no encontrábamos la llave para cerrar.

¡Hostias, que no hemos echado la llave!, rebuzno uno de los tres hijoputeados, aún sin saberlo.

Temimos por nuestra putada, ya que se subían no iba a haber más cojones de que habíamos sido nosotros.

¡Bah, déjala! Si nunca pasa nada

Y la dejó.

Bajamos todos a desayunar, el mismo deprimente menú de siempre; un vaso de leche con cereales y lo que pillases por ahí. Y subimos todos, dejando que se adelantasen los tres de la habitación atacada.

¡Hostia puta! ¡Que os han robado!, dijeron los primeros vascos que pasaron por ahí, al ver la puerta abierta, algo que no recordábamos habernos dejado.

Entro deGrá corriendo, a buscar su cartera; pero no la encontraba. Antonio y Álvaro hicieron lo mismo con sus cosas, pero estos sí las veían –nosotros callados como los mierdas que éramos, ya que creíamos lo del robo, y no queríamos tener nada que ver-

Y ya que me sacáis el tema, el de Mierda. Poco antes de Galicia’11, el hercúleo Reverte tachó peyorativamente de mierda, dudando de sus pelos pecheros, al por aquel entonces diputado Moratinos, al haberse ido del Parlamente llorando. También fue una de las frases del viaje, de las que ya os he hablDIGRESIÓN.

Iba por… ¡ah! Por el robo;

Joder, joder, joder… La cartera, que lo llevaba todo ahí. ¡A ver quién es el hijo de puta que me ha robado la cartera!

Tras 5 minutos similares a esto, la encontró, debajo de su mochila, ya que no hacía mucha apología del orden. Hasta el final del viaje, siguió siendo un misterio quién había entrado en su habita para robar, y solo había desordenado las camas.

Bajamos al bús para pillar la ruta a Padrón, a la casa de Rosalía de Castro –iba a poner de Bernarda Alba; qué mala es la cultura, de verdá- donde vimos donde nació y creció esta eminencia de la cultura gallega, donde me gané un apretón de manos de parte del tutor euskera por negarme a ver un partido de futbol.

Después de esto fuimos a Cambados, deteniéndonos en la Plaza de Fefiñans, que no recuerdo con especial interés. Enseguida nos volvimos al autobús, presas del hambre que nos devoraba a esas horas de la mañana; pero antes nos dejaron una hora libre, para que porculeáramos por ahí, rato que aprovechamos para visitar el caladero, del que hay un intento de foto;


Poco después vimos una peluca flotando en una esquina del puerto, y nos acercamos, dada nuestra morbosa curiosidad. Y cuál fue nuestra sorpresa la ver que no, que no era una peluca, si no un perro. Muerto.

Y no pudimos evitar acordarnos de Yayayo.

¡No está muerto! ¡No digáis que está muerto! ¡Está buceando!

Poco después, y con los conocimientos aplicados que teníamos, empezamos a conjugar diversas filias, hasta que llegamos a la degradación suprema a la que podía llegar un ser humano. Y al orgasmo, a la vez. La conocida como Macrocoprozooanastimonecropedofilia.

Y seguimos adelante, para acabar la ronda con un par de fotos chonis en el mini-faro del puerto.

Volvimos al autobús, para ir a la isla de Arousa.

Nada más bajar, tras haber ido los dos kilómetros que nos separaban de tierra firme -los que duraba el puente- escuchando a Dani Rovira y a Goyo Jiménez, por más que insistía que la ocasión merecía a Miguel Lago a los que no nos quedamos durmiendo en el bús, Sandra nos comentó la historia de la isla, que tenía la primera fábrica de salazón de Galicia –esto último no es gracioso, pero es informativo; así que nada, eso-.

Dimos una vuelta por su puerto, y entablamos conver con uno de los pescadores anclados allí. Seguimos con el paseo, para bajar a la playa, y buscar conchas que utilizaríamos después como regalos baratos.

Tras esto, y tras hacer el mongo en una cuesta de arena con bastante pendiente como buenos manchegos nos unimos a los que dormían en el autobús, para volver a la residencia.

De camino a esta, nos anunciaron que esa noche, en un gesto de generosidad sin precedente, iríamos a cenar a un restaurante, del que no recuerdo el nombre, que estaba a un tiro de piedra de la residencia.

Tras, esta vez sí –la ocasión lo merecía-, ducharnos, y vestirnos con nuestras mejores galas, hicimos piña en la entrada de la residencia para ir al restaurante, del que alguno tuvo que volver en camilla, si es que tuvo la suerte de sobrevivir a la que allí se lió.  

Cogimos asiento, tocando la punta del restaurante –lugar estratégico para la que se montó- pedimos la cena, desde una extensa carta, mientras un muy amable mayordomo inglés nos tomaba notJAJAJAJAJAJAJAJAJA.

Lo mismo para todos; una sopa de algas de primero y un filete con patatas fritas de segundo. Y ketchup, si pedías.

Pero semejante cantidad de comida lleva tiempo prepararse, así que mientras que esperábamos, con el pan al alcance de la mano, empezamos a hacer bolitas, muy pequeñas, para tirárnoslas entre nosotros. Hasta que se nos escapó una a uno de nuestros amigos euskeras, todavía sin la propia confianza para ese gesto. O eso creíamos. Uno por uno, se animaron para acribillarnos a bolas;  y nos superaban en número, ya que se les unieron las féminas. Y nosotros pedimos ayuda a las nuestras. En cuestión de 3 minutos, aquello se convitillo en un campo de batalla de levadura, en el que te podías llevar ataques de tus propios compañeros. Pero a los 5 eso se descontroló.

Las pequeñas bolitas se convirtieron en trozos de un tamaño considerable, que digievolucionaron en panes enteros, volando por encima de la mesa.

Y Briñas, queriendo integrar a los profesores en la guerra de levadura, tiró un trozo a José Carlos, pensando en que, cuando mirase con una sonrisa, le sacaría el pulgar en signo de amistad, para acabar siendo su mejor amigo.

Y se la tiró. Aquel trozo recorrió los 10 metros que le separaban, para acertarle entre ceja y ceja –un buen muchazo, como diría mi cofrade Arroyo-.. Y miró. Vaya que si miró. Y de qué manera. Daba miedo.


Y se cagó. Apartó la mirada, haciéndose el loco. Pero Antonio, a su lado, que no se enteró de esto hasta que, un par de minutos después se lo contó, empezó a mirar a José Carlos, con una sonrisa amistosa –quizás confundida con una de hijodeputa- en la cara. Y este se pensó que fue Antonio.

Cuando Briñas le explicó lo que acababa de pasar, el acongoje que le entró a nuestro amigo fue desmedido.

Y más aun cuando, 10 minutos después, el profesor llegó y, poniéndose a la espalda de Antonio, le cogió de los hombros con las dos manos, y le preguntó ¿Tú eres Antonio, no?

S...sí... sí.-balbuceó-.

Pues ven conmigo, haz el favor. Todos temimos por su ano.

Pero resulta, no os lo vais a creer, que ese día era, también, el cumple de deGrá, y José Carlos había llamado a Antonio para que le ayudase a llevar las tartas a la mesa.

Tras cantarle el cumpleañosfeliz, empezó el corte de la tarta. Raquel, que estaba en nuestra mesa, cortó nuestra correspondiente, con el arte y la gracia que la caracteriza, tal y como vais a ver aquí –siempre y cuando le deis al play, mis dóciles lectores-.



Y tras esto, y reventados después de semejante día, volvimos a nuestro pasillo, para dormir, como teníamos pensado. Pero semejante día merecía ser comentado. Y entre unas cosas y otras, dando vueltas de habita en habita, nos dieron las 5 de la mañana. Y con apenas 3 horas de sueño recuperado, tuvimos que dar paso al último día de nuestro itinerario gallego, para hacer sitio al domingo, 3º día de abril del 2011, el último día en Galicia, ya que el lunes partíamos de camino a Almagro



No one like you, de Scorpions, fue con la que deleitamos a nuestros compañeros, un poco hasta el cipote, aquella mañana, en la que poca gente pisó ducha.

Bajamos a desayunar rápido, para ir un día más a la apasionante aventura del saber y del descubrimiento, esta vez a Muxía.

Tras nosécuanto tiempo en el bús –me dormí- paramos en una angosta calle, por lo que nos costó salir del autobús. Tras dar varias vueltas a la zona, intentando encontrarlo, dimos con nuestro primer destino, El Museo del Prestige.

Estaba en una segunda planta –nos tenían hasta la punta de las neuronas las escaleras-, en la que había cientos de impactantes fotografías de la catástrofe. Aves y peces atrapados por la marea negra, de la que los voluntarios trataban de liberar, casi nunca con éxito, según nos contó la encargada del museo.

Tras ver un pequeño corto, volvimos al bus, para viajar al Santuario de la Virgen de la Barca, situado en un acantilado. En ese mismo lugar, había una piedra, la Petra do Cadrís, con supuestas cualidades mágicas, que al pasar arrastrándote por debajo, te curaba el reuma, la artritis y un par de cosillas más.

Después de, tristemente, ver a una pareja de ancianos arrodillándose para pasar por debajo –como cuando perdías una partida de furbolín- regresamos al autobús, con destino a la resi, ya que habíamos visitado todo lo que nos quedaba.

Comimos esta vez en el comedor de la misma; una sopa de algo y pescado de segundo, y una supertarrina de yogur para postrear. Todos dimos buena cuenta de él, pero a nuestro Briñas no le acabó de convencer, y como todos habíamos acabado de comer, y estábamos por subirnos, lo cogió para acabar de despacharlo arriba.

Subí a mi habita. Bueno, a la ventana. Y me encontré al yogurero, sin que le acabase de convencerle el sabor de este. Y tras hablar un rato, escupí la crema por la ventana, como venía siendo costumbre, haciendo fuerza para que llegase lejos.

AlvinAusentes me vio, y se le puso esa sonrisa de hijodeputa. Los dos pensábamos lo mismo. Lentamente, giró la muñeca hacia abajo, para que el resto del yogur –estaba entero, vamos- bajase los 3 pisos que nos separaban del suelo.

Pero apenas bajó uno.

Mientras nuestro protagonista daba la vuelta al envase, la ventana de la habitación de abajo, con un estudiante gallego, se abrió, para que este asomase la cabeza. Y le calló todo encima. Incluso el envase, que Álvaro soltó por el susto.

Nos miramos con los ojos de hijosdeputa pillado, y escondimos corriendo la cabeza.

Ya dentro de la habitación, todavía se oía blasfemar al gallego desde abajo, diciendo cosas horrendas de nuestras mamás.

Al oír esto, nuestro aguerrido amigo corrió hacia nuestra habitación, para empezar a dar puñetazos en la puerta, gritando aterrado que le abriéramos.

Cuando pasó, dijo que estaba ahí por si el de abajo subía, que no le encontrase en la habitación. Pero Agustín –cagando, supongo- no se enteró de esto, y nosotros no nos dimos cuenta en avisarle.

Dios no quiso que nuestro vecino subiera, porque la sangre –y el yogur- habrían corrido por las paredes.

No nos volvimos a asomar en todo el día, todavía con ellos de corbata.

Gastamos el resto de la tarde en los pasillos, hablando con los de Salvatierra-Agurain

Al caer la noche, y en un gesto derrochista –no sé si existe esta palabra, pero yo la digo- de agua, nos duchamos por segundo día consecutivo, para ponernos nuestras segundas mejores galas –por no repetir- para volver a ir al mismo restaurante a cenar.

Pero antes quedamos todos en el salón de actos, para hacer un intercambio de regalos.
Mi pareja –quedará egocéntrico, pero el blog es mío, recordadlo- fue Mohamedu, grande donde los haya. Por mi parte, le obsequié con un pendrive con forma de pulsera, y él me dio un libro, La calle de la Judería, de Martínez de Lezea, y un colgante con forma de espiral.


Volvimos de la cena del restaurante, totalmente alejada del día anterior, sin nada destacable, pero en vez de enfilar resi, dimos una vuelta, siguiendo a Sandra, para acabar en un bar discotequero.

Con una consumición gratis.

La primera fanta la pedimos rápido, aunque nos resentimos a la segunda.

Había, también, una especie de escenario, donde todos –después de remolonear un poco- salimos a bailar. Y poco a poco nos fuimos retirando, hasta que pasó. Vimos subir a José Carlos, el de lengua, al centro del escenario, y esperamos ver bailar palmeando al ritmo de Camarón, contemplamos al Michael Jackson blanco –no, olvidad eso último-.

Qué manera de mover las caderas. Jamás se me olvidará. Para poder reírnos el resto del curso, videamos el evento, pero entre las luces y el movimiento, solo conseguimos grabar esto;



Mientras tanto, mientras que Antonio y aquel que abajo firma, como me imagino que sabréis, chasqueábamos los dedos –¿tocábamos los pitos?- al ritmo de Pitbull, cual fue nuestra sorpresa al empezar a oír una guitarra curiosamente familiar. Efectivamente, mis sumisos lectores, era la de Slash.

Sandra, la monitora, conocedora de nuestro gusto por los G’nR, estuvo hablando con el  DJ para acabar convenciéndole para que pinchara Sweet Child of Mine.

Tras sustituir los pitos por la air guitar, acabamos reventados, y nos sentamos. Y aquí fue donde Antonio me lo confesó. Hacía rato que se estaba cagando. Pero una de esas a las que no puedes cerrarle el paso. Y el bailoteo anterior había abierto las puertas. Anales.

Así que fue corriendo a los baños del bar, de los que tardó en salir casi 10 minutos. Al acabar, su frase, otra de Las Frases fue Tío, he dejado una parte de mí en ese baño. También es leyenda lo que le pasó allí. Pero creo que estaría fuera de lugar ponerlo aquí, así que me lo voy a guardar. Este es un blog decentTETA.

Y volvimos a nuestras habitaciones.

Pero esta vez nos quedamos en la entrada de la resi, donde, deleitamos a los vascos con una canción compuesta por Raquel la misma tarde. La letra, a la que alguien echó una foto, fue rulando de móvil a móvil, hasta que todos la teníamos;




Esa tarde la ensayamos, y nuestra tutora no nos dejó marchar hasta haberla acabado. Algún móvil la grabó, y gracias a eso os la puedo ofrecer remasterizada, sin que haya sido emitida antes en ningún blog;



Tras esto, y en un gesto recíproco, Iñaki sacó una flauta y empezó a tocar, al ritmo que bailaban sus alumnos una coreografía ensayada. Por lo menos eso espero, porque se movían como cabrones.

Y luego nos tocó a nosotros. Con nuestras chicas a la cabeza, teniendo detrás a las chicas euskeras, seguidas por los chicos con mas ritmo, y con el grueso del grupo detrás –en el que estaba yo- empezaron a bailar. Y los demás las imitábamos.

Poco a poco, los que conseguían dominar el baile, iban ascendiendo. Hubo algunos a los que les costó más, y tuvieron que repetir el mismo hasta 10 veces Los demás nos dimos por satisfechos al 20º intento, y sin mejora alguna en el baile, nuestras filas se empezaron a diezmar.

Algunos continuamos, presas del cansancio y la impotencia de la velocidad del baile –bué, no iba muy rápido- para acabar sentándonos, si no en el sitio, en un par de bancos más alejados del centro neurálgico del ritmo, donde si te pinchabas, sangrabas sangre latina.

Después de ser el blanco de las risas de las féminas, entramos al complejo, quedándonos en el pasillo.

Hasta que, como habíamos estado hablando esa noche Vargas y, como ya sabéis, el que pone su nombre abajo, subimos ambos, solos.

Y empezamos con la putada. Entramos en mi habitación, donde yo me acosté en la cama, con mi pijamita de cuadraditos, y él se escondió debajo de la cama de Nicolás. Y esperamos a que subiese. Mientras hacíamos tiempo, me enumeró todos los insectos que había debajo de la cama, y los intentó matar a flatulencia a pedos.

Casi muere él.

Y en medio de las toses que esto nos provocó a ambos, entró.

Él se calló, y yo intenté, quizá no con tanta sutileza como habría debido, que las luces quedasen apagadas, ya que mi camarada asomaba por los cuatro lados de la cama.

Y en la intentona de apagarla, al volver a la cama con un salto de parkour, me di La Hostia –sí, en todos los viajes también hay un carajazo (Paquito Herrera) que no se olvida-. Y sonó bastante. La gente de los alrededores se empezó a congregar alrededor de la puerta, para ver que había pasado, para que les tranquilizásemos diciendo que nada.

Pero Nicolás chospechaba. Y poco a poco, faltando Antonio por los alrededores, dedujo lo que pasaba. Y empezó a llegar más gente por las risas resultantes -cabe mentar que Briñas pensaba que habíamos roto algo-.

Todo esto fue grabado por un –mi- móvil, estratégicamente colocado en una mesilla de noche, de manera que se veía más de lo que pensábamos;



Después de esto, cada uno fuimos a nuestra habitación. Pero nosotros éramos los únicos que no cerrábamos, como recordareis de un par de líneas más arriba.

Primero entró Briñas, seguido por Agustín. Los de la habitación de Antonio les siguieron. Y después no sé. Antes de darnos cuenta estaban TODOS, TODOS TODOS en nuestra habitación. Chicos y chicas.

Nos desalojaron de las camas; en una había lo menos 10 personas, y en la otra los mismos. En el baño. De pie. Tumbados. Con medio cuerpo asomado a la ventana...

Yo acabé subido al escritorio, con mi almohada agarrada, por miedo a lo que le pudiera pasar, y con Antonio debajo del mismo.

Hubo hasta una chica que me cogió el abrigo, alegando que tenía frío. Porque todos estábamos en pijama. Y hablando, muy flojito –JAJAJAJJJAJAJAAJAJ- ya que las 12 habían pasado, y  el profesor podía pasar a echarnos.

Y vino.

De repente, se abrió la puerta, y todos pensamos que era otro compañero. Y la cara de sorpresa del profesor vasco al vernos a TODOS en aquella habitación de apenas 5 metros cuadrados habitables, fue la misma que la nuestra.

De repente, el primero salió corriendo. Y le siguieron todos los demás

Chavales rezumando de debajo de las camas, de dentro de los armarios, de la ducha, de debajo del lavabo. Hasta un SWAT que se nos había colado corrió, siguiendo a los demás.

¡Un desalojo, otra okupación!

No sé hacia donde se fue cada uno, pero cuenta la leyenda que Pedre intentó entrar en su habitación, pero su compañero la había cerrado, para que no pasase naide –os vais a hinchar a gages musicales-. Y todavía corriendo giró el manillar para pasar. Y cual fue su desconcierto al tragarse con la cabeza la todavía cerrada puerta. Rebotó hacia atrás, y se dio con la nuca en la pared. Pobrecito.

Volviendo a nuestra habitación, Iñaki incluso nos intentó echar a nosotros, por más que le decíamos que no, que la habitación era la nuestra. Al final cedió, y volvió a su cama.

Pero todavía estaban ahí.

Y sabiendo que en ese pasillo no íban a poder hacer tanto ruido como nos gustaría, bajaron todos a la sala de estar, a la de los pinpones. Pero Briñas, Agustín y yo nos quedamos en su habitación. Y hablamos. Quizá la conversación más profunda de todo el viaje. Hablamos de temas diversos, con una seriedad impropia de nosotros. Hasta que decidimos bajar. Se lo dijimos a Agustín, quien llevava un rato inusualmente callado, y nos dimos cuenta de que sí, de que estaba dormido.

- ¡Va, de Tín! Que vamos pabajo, que están todos ahí. Vente, tío.

- Que no…

- ¡Va, tío! ¡Que nos lo vamos a pasar genial! ¡Que están todos!

- Que no, que yo me quedo aquí, que tengo sueño

- ¡Va, joder! ¡Que mañana te vas a arrepentir! ¡Ya dormirás mañana en el bús!

- Que me dejéis ya, hostias –se dio la vuelta para arroparse con la manta, y no dijo nada más-

Y le dejamos –todavía nos dice, cada vez que se lo recordamos, que no se acuerda de esto, y nos sigue culpando de haberle dejado dormir semejante noche; alude a que dos hostias en esos casos son lo mejor para despertar a alguien-.

Bajamos Briñas y yo, a ver si les veíamos. Pero les escuchamos antes.

Cuando llegamos a la sala de estar, vimos a una treintena de chavales, armados con mantas de pelo –habían subido a por ellas; hacía biruji- atrincherados alrededor de las dos mesas de pinpong, tanto arriba como debajo. Nuestras féminas estaban haciendo carreras, deslizándose con las mantas por el suelo, mientras que los demás hablaban entre ellos.

Briñas se quedó, y yo fui con Nicolás a dar una vuelta por la residencia. Por sitios donde no nos habíamos atrevido a pasar.

Después de haberla recorrido entera, esquivando a Mortadelo, el guarda, quien si nos veía nos devolvía al último checkpoint –sí, como en el Zelda-, a las habitaciones.

Pero nos acabamos cansando de andar tanto, y volvimos al pasillo para acabar, todavía no sé por qué, en la habitación de Pedre y Gabi, ya abierta. Nos tumbamos en sus camas, y dejamos correr quizá una hora, hablando de temas varios.

Y no recuerdo si entró Antonio, o lo encontramos en el pasillo al salir. -¿Y deGracia? +Durmiendo, ¿por?

Esa cara de hijosdeputa.

Pasamos a su habitación, cosa de las 6 menos 5, sabiendo que él también sabía que al día siguiente salía el autobús a las 9, y o estabas preparado, o te quedabas en tierra.

Y nos preparamos. Uno con una mano en el interruptor de la luz, el otro agarrando la correa de la persiana, y el restante a su lado, en la cama.

1, 2, 3

¡Vamos, tío! Persiana ¡Va, joder! Luces ¡Que te quedas aquí, que son las 9!

Miró el reloj, y leyó menos 5. Y, por lo que nos contó después, se imaginó que lo de al lado sería un 9. Las nueve menos cinco. Qué velocidad.

Todavía con los ojos cerrados. Se levantó corriendo, y comenzó a meter sus cosas en la maleta, mientras le seguíamos gritando el ¡Va, va, va!. Empezó a quitarse el pijama, cuando se volvió a mirar al reloj.

Menos 5. Las 6 menos 5.

Qué hijos de puta…

Volvió a la cama, acompañado de nuestras risas, mientras mentaba maliciosamente a todas nuestras mamás.

Y ya no podíamos más. Tras semejante semana, que ya de por sí era agotadora durmiendo 8 horas diarias, le añadíamos el trasnochar hasta las 3, haciendo media. Y aquella noche fue demasiado.

A las 7, sabiendo que apenas teníamos 1 hora de sueño, nos metimos en la cama, con lo más parecido a un orgasmo que se podía tener a esas horas. El poder cerrar los ojos por fin, y arroparte del frío de Galicia con las mantas que allí se gastaban, fue quizá lo mejor del viaje. Entendí el anterior pasotismo de Agustín.

Y cerré los ojos.



Al día siguiente, sin habernos acordado de poner la alarma, nos despertó, a las 8 y cinco, el Alucinante de Platero y Tú, del móvil de Agustín, o del de Briñas, no sé.

Sin tener huevos siquiera a plantearme la ducha, me levanté, animando a mi compañero a hacer lo mismo, para pillar el primer pantalón que vi, ya que todavía tenía la camiseta de la noche anterior.

Cuando bajamos a desayunar, nos encontramos a la mayoría de los alumnos esperándonos, ya vestidos, y hasta con las maletas en la mano.

Y nosotros apenas podíamos abrir los ojos.

Tras un sucinto desayuno –ya echabais de menos las palabras que no conocéis, ¿eh?- corrimos escaleras arriba para meter todo en la habitación, no sin antes firmar el cuadro de luces con nuestros nombres, como gesto final de rebeldía.

Ya abajo, llegó Sandra con un carro lleno de bolsas, cada una con un bocadillo, una botella de agua y una manzana; la comida que tendríamos para la vuelta.

Nos despedimos de los euskeras, con lágrimas –algunas desmesuradas- por parte de las chicas, y promesas de volver a vernos en verano de los chicos. Todo mentira.

Subí al autobús, tras haberme retrasado para un último abrazo a Judith, para sentarme junto a Antonio. Apenas una hora después de haber zarpado, cada uno se pilló una pareja de asientos, de tal forma que estaba mucho más ancho para dormir lo que quisiera. Pero el muy cavrón del autobusero puso 300 en la televisión del bús, y no nos quedó otra, como buenos hombres, que verla entera.

¡Au, au, au! Coreamos a Leónidas.

Lloraron más chicos con la muerte del lider espartano que con la despedida.

Cuando por fin acabó, pude rezongar la cabeza en el cristal del autobús, mecido por el traqueteo de este, para cerrar los ojos, tras haberme arropado con el abrigo. Y paró. Lo de las paradas obligatorias esas. Pero no nos bajamos; yo, por lo menos. Cerré los ojos un ratito, para despertarme 4 horas después, a medio camino de Almagro.

Paramos a las 3 para dar buena cuenta de la comida que nos habían dado, Todo muy de sabor, para volver a subir al bús.

No sé que hora sería, pero Ramón, a mi lado, empezó a comentar a su compañero de sitio que tenía una perdida de un número que no conocía, y que iba a llamarle.

Y llamó.

Se escuchó desde la otra punta del bús a José Carlos, con su constantinoromera voz, interrumpido en su sueño, decir ¿Sí?

Y Ramón se acojonaría, no sé, y se puso nervioso. Y empezó a balbucear. Jo.. Jose.. Jos... ¡José Carlos! ¡Que soy yo! Empezó a gritar por el móvil, para repetirlo más fuerte para que le oyese desde su sitio.

El profesor se giró, para mirarle, todavía con el móvil en la mano. ¿Qué eres tú? +S… sí.

Se calló un momento, sin dejar de mirarle con esa cara de asesino reprimido; como pensando si merecía la pena matarle allí mismo

Que cabrón.-mira, qué risa; lo que nos pudimos reír-.

Y se giró, para seguir retozándose en el hombro de Raquel.

Tras otra película, que me la pasé durmiendo, me desperté. Apenas a 2 horas de Almagro. Todo lo que habíamos pasado, estaba a 2 horas de acabar. Vaya semanita.

Pero no podíamos acabar durmiendo. Así que organizamos una canción, a pesar de todas las palabrotas de nuestros dormidos amigos.

Y llegamos.

Y llego.

Al final de la entrada.

Y sé que, para compensar esta breve entrada, tendré que volveros a ganar con un dibujo, hecho la última noche, mientras no nos dejaban nuestra habitación, y que tampoco se podía siqueira hablar por el vorágine de voces que allí había.

Pero bué. Os lo dejo aquí;




¡Qué coño! Hablandoos de Rosalía de Castro, y todavía ni la habéis buscado en el Google. Anda que… ni para disgustos…

Tierra sobre cadáver insepulto,
antes que empiece a corromperse.. ¡Tierra!
ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos,
verde y puajante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno a las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
¿Es verdad que todo ha acabado ya?

Rosalía de Castro; En las orillas del Sar, Follas novas, 1880


Y lo más difícil es acabar, mis mansos lectores. Y llevo toda la entrada, casi una semana, pensando en cómo cerrarla.

Así que, como decían cuando acababan los Poquémon, TO BE CONTINUED –quizá os esperabais algo más, pero tengo cosas más importantes que dormir-.




2 comentarios:

  1. Oh adalid de los legionarios de la prosa ya te comenté que este brote promiscuo (entradas de 20 páginas) debe ser dosificado. Más tú, empecinado escritor sigues sin querer dar tregua a nuestras cansadas pupilas, unicamente auxiliadas por la ayuda del fondo negro.
    Por cierto, excelso el trabajo de documentación, está muy logrado. No espero menos de esos "peazo" 9 proyectos 9 que dirían los taurinos que tenemos entre manos.
    Sigo tomándome la licencia de pensar y proponer subtítulos. Ahí va otro: "Escatología de la memoria".

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  2. Me descubro ante este blog, recomendado por mi buen amigo Luis Alberto (que me precede en el comentario). Si me permites la remembranza, esto me recuerda poderosamente a los maravillosos guiones radiofónicos en Onda Cero con Santi Calvadas que, con tu edad, el citado Luis y un servidor nos currábamos con la Olivetti 46, los sábados por la mañana, mientras sonaba en la radio el VS de Pearl Jam... O tempora, o mores, que decían los latinos. En serio, muy buen blog, me gusta bastante. Un saludo, y nos leemos en la toile, que dicen los franceses.

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